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Las difíciles decisiones que enfrentan los griegos

Por: | Publicado: Miércoles 1 de julio de 2015 a las 04:00 hrs.
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¿Cómo votaría yo en el referendo sobre el programa económico de la zona euro si fuera griego? La respuesta es que no estoy seguro. Si creyera que Grecia tendrá éxito avanzando por sí sola, ciertamente votaría en contra del programa. Pero no podría estar seguro: si Grecia pudiera usar la soberanía monetaria sabiamente, no estaría en su estado actual. Si votara a favor del programa, no sabría si sigue en pie la oferta: la zona euro dice que no, pero podría estar blufeando. Lo que sabría es que, si Grecia vota sí, podría enfrentar años de recortes y depresión. Pero eso podría incluso ser mejor que el escenario post salida del euro.

También me preguntaría, seguramente, si hay un punto intermedio. De este modo, algunos argumentan que sería posible mantenerse dentro de la zona euro incluso si el gobierno estuviera en default. Esto también podría justificar una votación por el no.

Al tomar mi decisión, lamentaría tanto el izquierdismo idiota de mi propio gobierno y la santurronería del resto de la zona euro. Nadie sale bien parado de esta saga.

El gobierno de Syriza ha fracasado en proponer un programa de reforma creíble que pueda resolver los múltiples problemas de la economía y la política griegas. En cambio, ha realizado gestos populistas. Es, en resumen, un gobierno espantoso producido por momentos desesperados.

Sin embargo, la eurozona también merece ser culpada sustancialmente por el resultado. Uno nunca supondría por su retórica que Alemania fue un defaulteador en serie en el siglo XX. Más aún, no hay democracia, incluyendo al Reino Unido, cuya política sobreviviría a esta enorme depresión ilesa. Recordemos que cuando Alemania sufrió por última vez una depresión de esta magnitud, Hitler llegó al poder.

Sí, Syriza es el resultado de los errores cometidos por los acreedores desde 2010 y, sobre todo, de la insistencia en rescatar a los tontos acreedores privados de Grecia a expensas de la población griega.

Sin embargo, todos estos errores son ahora costos hundidos. Los griegos deben mirar al futuro.

Incluso si esta perspectiva no ayuda tanto como a uno le gustaría. La última extensión del rescate no ofreció una salida plausible a la recuperación: dejó un exceso de deuda demasiado grande y, más importante aún, demandó mucha austeridad en el corto plazo. Dada la recaída reciente, parece demandar un movimiento desde un balance fiscal primario (antes de intereses) de cerca de cero este año a un superávit de 3,5% del Producto Interno Bruto a 2018. Alcanzar este resultado podría demandar medidas fiscales que recaudarían al equivalente a 7% del PIB y contraerían la economía en 10%.

Uno no coloca a un paciente con sobrepeso en una dieta de hambre justo después de un ataque cardíaco. Grecia necesita crecer. De hecho, el colapso económico explica por qué su deuda pública ha explotado en relación al PIB. El programa debió haber eliminado una mayor austeridad hasta que el crecimiento se consolidara, enfocándose en reformas que promovieran el crecimiento, y prometiendo un alivio de la deuda a su término. Si el programa propuesto era tan malo ¿debería arriesgarme a votar por el no? Al decidir eso debería pensar en qué pasará. La posición de corto plazo debería ser clara. El Banco Central Europeo ha restringido el apoyo de emergencia para los bancos griegos, forzando duros límites a los retiros. Algunos argumentan que esto es un gran error. Otros creen que es un incentivo para que los votantes opten por el sí.

Si los griegos votan sí, la restricción del apoyo del BCE podría ser revertida. Pero es difícil imaginar una reposición exitosa del programa de la zona euro si el gobierno actual sigue en el poder. Después de hacer campaña por el no, el gobierno habrá perdido toda la confianza de los acreedores. Así es que debería emerger un nuevo gobierno. Entonces también tendría que firmar sobre la línea punteada.

Una votación por el sí ofrecería entonces un futuro desagradable e incierto, pero al menos imaginable. Ahora imaginemos un voto no. Habría entonces dos resultados concebibles. Uno sería una verdadera salida del euro. El gobierno heleno tendría que introducir una nueva moneda y convertir a ella todos los contratos bajo la ley griega. La nueva moneda entonces casi ciertamente colapsaría en valor relativo al euro. Cuánto caería depende de las políticas e instituciones (especialmente de la gobernabilidad del banco central) establecidas por el gobierno.

Uno podría, razonablemente, temer lo peor. Algunos incluso argumentan que Grecia seguiría “eurozada”. Si es así, el colapso en el valor externo de la nueva moneda podría ofrecer pocas ganancias en competitividad. Personalmente, yo sería más optimista: las mejoras en la competitividad podrían ser enormes.

El segundo resultado sería mantenerse en la zona euro, pese a un gobierno insolvente. Esto es lógicamente posible. El sistema bancario podría ser recapitalizado al convertir los pasivos bancarios no asegurados en acciones. Eso parece técnicamente posible. Pero impondría un gran shock negativo en la riqueza privada.

Las mayores dudas serían si el BCE reiniciaría entonces sus préstamos de emergencia y en qué escala. Esto parece ser una opción poco atractiva para mí: presentaría todos los problemas de ser parte de una unión monetaria, con las desventajas adicionales de un default extenso del gobierno. Mejor que eso ciertamente sería votar por el sí.

Así es que, como votante griego, enfrento una decisión entre el demonio y el profundo mar azul. El diablo es familiar: las demandas que nunca terminan de la zona euro de una mayor austeridad que mi gente rechazó en las últimas elecciones generales. El profundo mar azul es el default soberano y la soberanía monetaria. Si yo fuera el primer ministro Alexis Tsipras, pensaría que hay una tercera vía: rescates sin fin y pocas condiciones. Pero estoy seguro de que él está engañado. ¿Entonces que escogería yo? Siendo cauto yo estaría tentado de quedarme con el demonio que conozco, pero también me podría ir mejor si me arriesgara en el mar.

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